Vení Espíritu Santo y hace nuevas todas las cosas

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07/05/2024 – En Juan 16,5-11.  Jesús avisa a sus discípulos que se va. Él va al lugar desde donde les va a regalar lo mejor que el Padre tiene preparado para ellos: la venida del Espíritu Santo, Señor y dador de vida. En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:”Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: ‘¿A dónde vas?’.Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido. Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré. Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio. El pecado está en no haber creído en mí.La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán.Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado.”Juan 16,5-11. ¿Quién es el Espíritu Santo? El tiempo pascual que estamos viviendo con alegría, guiados por la liturgia de la Iglesia, es por excelencia el tiempo del Espíritu Santo donado «sin medida» (cf. Jn 3, 34) por Jesús crucificado y resucitado.Este tiempo de gracia se concluye con la fiesta de Pentecostés, en la que la Iglesia revive la efusión del Espíritu sobre María y los Apóstoles reunidos en oración en el Cenáculo. Pero, ¿quién es el Espíritu Santo? En el Credo profesamos con fe: «Creo en el Espíritu Santo que es Señor y dador de vida». La primera verdad a la que nos adherimos en el Credo es que el Espíritu Santo es «Kyrios», Señor. Esto significa que Él es verdaderamente Dios como lo es el Padre y el Hijo, objeto, por nuestra parte, del mismo acto de adoración y glorificación que dirigimos al Padre y al Hijo. El Espíritu Santo, en efecto, es la tercera Persona de la Santísima Trinidad; es el gran don de Cristo Resucitado que abre nuestra mente y nuestro corazón a la fe en Jesús como Hijo enviado por el Padre y que nos guía a la amistad, a la comunión con Dios. Pero quisiera detenerme sobre todo en el hecho de que el Espíritu Santo es el manantial inagotable de la vida de Dios en nosotros. El hombre de todos los tiempos y de todos los lugares desea una vida plena y bella, justa y buena, una vida que no esté amenazada por la muerte, sino que madure y crezca hasta su plenitud. El hombre es como un peregrino que, atravesando los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva fluyente y fresca, capaz de saciar en profundidad su deseo profundo de luz, amor, belleza y paz. Todos sentimos este deseo. Y Jesús nos dona esta agua viva: esa agua es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús derrama en nuestros corazones. «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante», nos dice Jesús (Jn 10, 10). En la noche oscura del alma,cuando nada se ve ni se siente,solo Dios está presente,en silencio y en paz infinita.El alma, en su afán por Dios,atraviesa un desierto sin fin,buscando la fuente de amor,que sacie su sed y su dolor.En la oscuridad, el alma camina,tropezando y cayendo a menudo,pero la fe la ilumina,y la esperanza la sostiene en su camino.Al final de la noche oscura,el alma encuentra la luz,la luz de Dios que la ilumina,y la llena de paz y de amor. Jesús promete a la Samaritana dar un «agua viva», superabundante y para siempre, a todos aquellos que le reconozcan como el Hijo enviado del Padre para salvarnos (cf. Jn 4, 5-26; 3, 17). Jesús vino para donarnos esta «agua viva» que es el Espíritu Santo, para que nuestra vida sea guiada por Dios, animada por Dios, nutrida por Dios. El Espíritu Santo nos hace partícipes de la vida de Dios Cuando decimos que el cristiano es un hombre espiritual entendemo...

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