La alegría que nos trae Su presencia
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16/02-2024 – En este primer viernes de cuaresma, compartimos junto al padre Sebastían García Scj la catequesis de hoy reflexionado el evangelio del día: San Mateo 9, 14-17 Se acercaron los discípulos de Juan y le dijeron: «¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?»Jesús les respondió: «¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán. La pregunta que realizan los discípulos de Juan tiene un sentido muy realista y profundo. Para ellos la vida es dolor, conflicto y espera del Mesías. Por eso se ayuna. Se cierne la penitencia por sobre el horizonte de la vida. Hay que hacer penitencia porque se sigue esperando y esperando se purga el alma. Hay que ayunar porque no están dadas las condiciones para una vida plena y feliz. Hay que seguir esperando. Hay que mantenerse en vilo. Hay que abstenerse de alimento y saltarse una comida para el momento en que llegue la alegría y la esperanza de la mano de la expectativa mesiánica. A tal punto que esto se vuelve modelo de santidad y justicia para unos y otros, los de Juan y los fariseos. A tal punto que la pregunta deja entrever una crítica patente a los discípulos de Jesús y a Jesús mismo también. Ciertamente no entienden que la espera ya terminó y que todas las expectativas han sido colmadas en la persona de Jesús. más aún, después de la Pascua. Ya no hay nada que esperar porque Jesús ya vino. Toda la expectativa ha sido colmada. Todo el sentido ya ha sido vertido y manifestado. Toda la realidad ha sido iluminada. Todo pecado ha sido destruido. Por eso no se ayuna más si se vive con Jesús. Llegó el Reino y entonces, se come y se bebe. Y también se danza. En este sentido es que las dos metáforas del texto de hoy cobran sentido. ¿Por qué Jesús habla de vestido y vino? ¿Por qué no pone otros ejemplos? ¿Por qué no se centra en otra cosa? Justamente porque se quiere dejar en claro que el clima verdadero para seguir a Jesús, siendo su discípulo, no es de penitencia (ayuno) sino de fiesta (no-ayuno, vestido y vino) y alegría. Teniendo a Jesús que es el esposo verdadero, ya no hay que esperar más pretendientes. Toda la expectativa del corazón ha sido colmada. Hay que cerrar entonces todas las puertas y dejar solamente abierta aquella por la que va entrar Jesús. Listo, no se espera a nadie más. Y cuando se ha encontrado a Jesús y se empieza a vivir en la lógica del Reino de los Cielos, lo que queda es hacerlo desde la alegría de la vida y no desde la penitencia y el sacrificio. Por eso se larga la fiesta. En donde se bebe vino y se baila con vestidos nuevos. A tal punto que todo es nuevo: vino y odres. La Buena Noticia de Jesús no viene a ser un parche a las tradiciones antiguas de Israel. Jesús no emparcha nada: hace nuevas todas las cosas. Nuevo corazón, nueva vida, nueva alegría, nuevo vino, nuevo vestido. Jesús no es la rectificación de la antigua Ley del Antiguo Testamento. ¡De ninguna manera! Es la plenitud de la Ley y de la Gracia. Jesús no es ningún premio consuelo. Jesús no es una mera alternativa para creer. Jesús no es el actor de reparto de la historia universal. Jesús no es el que no nos queda más remedio que creer. ¡Para nada! ¡Pobres de nosotros si llegamos a creer eso y de esa manera! ¡Pobres de nosotros! Por eso vino y vestido tienen que ser necesariamente nuevos. Porque es con corazón nuevo y virgen que a Jesús se lo reconoce como verdadero Señor de la vida y Señor de la Historia. Solo con una mirada pura y nueva se lo mira y se lo reconoce. Ya no puede haber remiendos para la fe. Jesús es novedad siempre nueva y siempre nueva s...