Estar prevenidos y atentos a la venida del Señor
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31/08/2023 – En Mateo 24, 42-51 Jesús nos invita a velar, a estar atentos porque Él viene. Vino por primera vez en el nacimiento en Belén, vendrá por segunda vez en gloria. Pero constantemente Su presencia está en medio de nosotros renovándonos con la gracia de Su amor que nos visita permanentemente. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada. ¿Cuál es, entonces, el servidor fiel y previsor, a quien el Señor ha puesto al frente de su personal, para distribuir el alimento en el momento oportuno? Feliz aquel servidor a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo. Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si es un mal servidor, que piensa: ‘Mi señor tardará’, y se dedica a golpear a sus compañeros, a comer y a beber con los borrachos, su señor llegará el día y la hora menos pensada, y lo castigará. Entonces él correrá la misma suerte que los hipócritas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. San Mateo 24,42-51. Entre la primera y segunda venida de Jesús están las venidas intermedias del Señor. El que se fue vendrá y el que vendrá está viniendo. Hay encuentros con el Señor que son cotidianos, hay algunos que son significativos y especiales que lo podemos vivir en los momentos cruciales de nuestra vida, hay otros que son sorpresivos, hay algunos que son muy deseados y esperados. El encuentro con el Señor se da en la medida que en el velar tenga una disposición interior ajustada a lo que está por venir, al Señor que está viniendo por eso en esto de velar y esperar la venida del Señor y la posibilidad de encontrarnos desde esa expectativa tiene mucho que ver desde donde esperamos y cómo esperamos. Hay velares, expectativas, esperas que no producen el encuentro porque no es el lugar justo desde donde tenemos que esperar, por donde no viene, como le ocurría a Elías en el monte. Él lo esperaba en el trueno, en relámpago, en el huracán, en el terremoto, y no estaba allí. Lo esperaba desde un lugar donde Dios no se iba a manifestar; vino en una brisa suave. Nosotros también tenemos actitudes interiores desde donde esperamos el encuentro con el Señor, donde el encuentro no se da porque no esperamos desde donde tenemos que esperar. ¿Cómo y desde dónde esperar al Señor? Esperar desde la razón: Es cuando nuestra relación con Dios se acentúa más desde la perspectiva del conocimiento, de la idea. Es la pregunta de los griegos cuando se acercan a Felipe: queremos ver al Señor. A veces un compromiso meramente intelectual es el de querer conocer a Dios. Interesa la existencia de Dios más que la vida de Dios, la persona del Señor. Poder hablar de su ser puede ser un modo de querer dominarlo, poseerlo. Es una forma de darle un crédito de máxima a la razón como si fuera que en ella pudiéramos atrapar el misterio reduciéndolo al límite de lo humano. El templo de ésta actitud racional es un sistema perfecto de ideas donde todo queda explicado. Esta perspectiva de espera hace que logremos generar una imagen racionalizada de Dios, una imagen estilizada perfectamente arquitectónica pero no tiene fuerza, la expectativa no tiene tensión, no hay vida en la espera. El Dios que se nos va a presentar en la racionalidad y al que presentamos desde la racionalidad es un Dios frío, lejano, que está hecho para ser admirado racionalmente pero que no mueve la vida. No es eficaz su operatividad. No es un Dios real, es un Dios hecho y construido desde la razón. Este Dios es intemporal,