Esperar al Señor con la lámpara de la oración y la caridad encendidas
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01/09/2003 – En Mateo 25, 1-13 aparece la parábola de las vírgenes prudentes y las necias. Las primeras tienen las lámparas encendidas y sus frascos llenos de aceite. Las segundas no y quieren acceder al aceite que tienen las prudentes porque el esposo está llegando. Éstas se niegan porque compartir lo que tienen puede no alcanzar tampoco para ellas. “Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: “¡Ya viene el esposo, salgan a su encuentro!”. Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: “¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?”. Pero estas les respondieron: “No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado”. Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: “Señor, señor, ábrenos”, pero él respondió: “Les aseguro que no las conozco”. Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora. Mt 25,1-13 En el Evangelio de hoy Mateo 25, 1-13 aparece la parábola de las vírgenes prudentes y las necias. Las primeras tienen la lámpara encendida y sus frascos llenos de aceite, las segundas no. Éstas quieren acceder al aceite que tienen las prudentes porque el esposo está llegando, éstas se niegan a compartir porque no va a alcanzar. ¿De qué habla el Evangelio? De estar atentos, de tener el corazón alerta, despierto porque Dios viene siempre y solo hace falta tener el corazón encendido. La invitación de la Palabra es a no bajar los brazos, a estar atentos y confiados que lo esperado llega, de la mano de lo que Dios nos tiene prometido, si en fidelidad esperamos en sus promesas. En la espera de que llegue el instante de lo que Dios nos regala por momentos estamos preocupados y desorientados, se nos oscurece el panorama, y no sabemos para donde ir, la oración en común aparece como un poderoso instrumento para descansar esperando en el cumplimiento de las promesas de Dios sobre nosotros. Cada vez que nosotros nos acercamos al Señor a través de la oración, el Señor está listo para oírnos. El libro del Génesis nos narra una experiencia muy particular; Abraham aparece “implorando” a Dios un perdón para las ciudades de Sodoma y Gomorra, y lo consigue, después de “regatear” largamente. Lo que más llama la atención del texto, es que Dios asume cada una de las peticiones de Abraham, con mucha misericordia. Es impresionante saber que Dios tiene una misericordia que es ilimitada: la oración de intercesión que Abraham realiza es más que efectiva. Este texto nos muestra que la perseverancia en la oración alcanza aquellas cosas que necesitamos. No aflojes, no te detengas, orá, orá y orá y esperá. Puede ser que Dios se demore un poco, pero te aseguro que llega a tiempo. La oración de intercesión hecha con constancia hace crecer en nosotros el deseo de Dios y nos capacita para la recepción de los dones de Dios mas allá de la medida de lo que nos imaginamos. Mientras más se demora mejor es, aunque sea una “cachetada” a nuestra ansiedad. En esa espera Dios nos capacita para recibir eso que esperamos. Nuestra súplica confiada adquiere fuerza arrolladora capaz de cambiar el curso de los acontecimientos, de llevarnos mas allá de lo imaginado,