El Espíritu Santo nos conduce

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09/05/2024 – En el evangelio del día Juan 16,20-23 Jesús nos invita a la esperanza, a transitar los tiempos de crisis con la certeza de que el Espíritu nos va a llevar a esa vida nueva que anhelamos. ”Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al mundo. También ustedes ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar. Aquél día no me harán más preguntas. Les aseguro que todo lo que pidan al Padre, Él se lo concederá en mi Nombre.” Juan 16,20-23 Ven a llenarnos, Espíritu de Dios Semejante a un niño y la mujer que lo ha dado a luz -que lo padeció con dolores de parto, pero que luego se olvida porque goza de la presencia de esta nueva criatura- es la generación de la vida nueva en el encuentro entre el Espíritu y María, el Espíritu y la Iglesia. Hay una promesa presente a lo largo y a lo ancho de las Escrituras, pero por sobre todo en el Nuevo Testamento: llenarnos del Espíritu Santo, llenarnos de gracia. En el Nuevo Testamento encontramos tres verbos y tres imágenes que expresan la venida del Espíritu Santo a nosotros: ser bautizados con el Espíritu Santo (Mateo 3, 11; Juan 1, 33; Hechos 1, 5); ser revestidos del Espíritu Santo (Lucas 15, 41; Hechos 6, 5; Hechos 7, 55); llenarnos del Espíritu Santo (Lucas 24, 49). Éste último es el verbo que se utiliza más a menudo, llenarnos del Espíritu Santo. Se dice de Jesús, que lleno del Espíritu regresó del Jordán y se introdujo en el desierto. Lleno del Espíritu Santo se dice que estaban Juan el Bautista, Isabel y Esteban. Pero sobre todo es el verbo que se utiliza para describir el milagro de Pentecostés, cuando en Hechos 2, 4 dice todos (María, los discípulos, los que estaban en aquel ambiente y, más aún, los que participaban después de la efusión de aquel Espíritu nuevo) quedaron llenos del Espíritu Santo. Es una promesa hecha realidad. Se le llama gracia a este don del Paráclito porque cuanto nos ha dado es gratis, gratuitamente no por nuestros méritos sino por voluntad divina. Por eso lo llamamos gracia. Es gracia que llena el alma de sí mismo, que llena el corazón de la presencia del Espíritu. Más que con dones, el Espíritu viene Él mismo a habitarnos interiormente. La secuencia de Pentecostés dirige al Espíritu Santo la siguiente súplica: llena el fondo del alma, Divina Luz. Y una antífona del siglo X que se sigue utilizando en la liturgia dice: ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor. ¿Qué quiere decir que Dios da la gracia a los humildes? se pregunta San Agustín. Y se contesta: que les da el Espíritu Santo. Lo que pedimos con las palabras es nada menos que lo siguiente: que se realice para nosotros una nueva efusión del Espíritu, que podamos participar de un nuevo Pentecostés para que seamos colmados en aquella promesa, hecha realidad ya en la persona de Cristo en Quien vivimos, nos movemos y existimos como parte de su Cuerpo, somos nosotros también del Espíritu Santo. Nos abrimos a esta gracia de plenitud de aquellos lugares donde hay vacíos que son existenciales y que la sociedad en la que vivimos, con el mercadeo consumista, busca taparlos con necesidades que no son reales. Te invito a que, más que tener, como búsqueda de calmar esa ansia que cruje en el vacío existencial de tu vida,

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