Día 1: La mirada del Señor
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06/03/2025 – La oración, es para San Ignacio, un diálogo o conversación con Dios –y con sus santos, sobre todo la Virgen María-; y esto es así ya desde sus primeros pasos, ocupa un lugar importante la consideración de la mirada del Señor, tal cual ella se expresa en la tercera Adición, que dice así: “Un paso o dos antes del lugar donde tengo que contemplar o meditar, me pondré de pie por espacio de un Padrenuestro (o sea mas o menos un minuto), alzado el entendimiento hacia Arriba, considerando cómo Dios nuestro Señor (o sea, Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado) me mira, etc; y hacer una reverencia” (EE 75). Si, es verdad te mira La consideración de la mirada del Señor es más que un “acto de presencia de Dios”: cuando estamos en un cuarto con una persona que no nos mira, aunque esté en silencio y no nos diga nada, su sola mirada nos puede decir más que muchas palabras. San Ignacio recomienda pensar en que Dios me mira durante un Padrenuestro: o sea, aproximadamente durante un minuto. Sin embargo, puede convenir alargar este tiempo por la importancia y trascendencia de este primer momento de la oración ignaciana; no está dicho expresamente, pero se lo insinúa en el “etc.” Que San Ignacio añade a la consideración de la mirada del Señor. ¿Por qué? Porque este “etc.” Significaría que nos conviene dejarnos llevar por los sentimientos que en nosotros suscite esta mirada del Señor sobre nosotros. Más aun, puede convenir tener preparados textos de la Escritura que nos puedan ayudar a mantener esta consideración de la mirada del Señor. Por ejemplo, el Salmo 139: “Señor, tú me sondeas y me conoces […]. Mira si mi camino se desvía”. También podría ayudarnos alguna de las visiones del Apocalipsis. Por ejemplo, la inicial (Apoc 1, 12-20, que convendría comenzar a leer desde 1, 1): “Al volverme, vi siete candeleros de oro y, en medio de los candeleros, como a un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar, ceñido al talle con un ceñidor de oro (vestidura sacerdotal, según el uso antiguo). Su cabeza y sus cabellos eran blancos (color que simboliza la divinidad), como la lana blanca, como la nieve; sus ojos como la llama de fuego (ojos de juez, cuya mirada quema, porque purifica); sus pies parecían de metal precioso acrisolado en el horno (simboliza la fuerza irresistible de este juicio); su voz como voz de grandes aguas (nuevamente la divinidad, que se manifiesta como Ez 43, 2, como el ruido de muchas aguas). Tenía en su mano derecha siete estrellas (las siete iglesias: significa la Iglesia, en su totalidad o universalidad, la Iglesia de todos los tiempos y de cualquiera de ellos; y, al decir estrellas, se significa la Iglesia en su dimensión trascendente y sobrenatural).” Otras visiones: Apoc 4, 1 a 5, 14 (“de pie, en medio […] y el que lo monta”). En cualquiera de estos textos, puede convenir escoger una frase que más “interesantemente” (EE 2) sintamos y repetirla pausadamente, para “sentir y gustar” (ibid.) esa “mirada del Señor” sobre nosotros, cuando comenzamos a hacer oración. Actitud ante la mirada Pero San Ignacio no dice solamente que consideremos la mirada del Señor, sino que añade que hagamos “una reverencia o humillación” (EE 75). Recordemos que, en el Principio y fundamento, uno de los objetivos de la creación del hombre –de todo hombre- era “hacer reverencia a Dios nuestro Señor (o sea, Jesucristo)” (EE 23). Hagámoslo así al comienzo de nuestra oración, para afirmar más nuestra fe en su mirada. Bastaría un gesto muy simple,