De la culpa a la liberación por el camino del perdón
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06/07/2023 – En el Evangelio de hoy San Mateo 9,1-8, Jesús aparece curando a un paralítico y lo hace de una manera sorprendente, perdonando su pecado. Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad.Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: “Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados”.Algunos escribas pensaron: “Este hombre blasfema”.Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: “¿Por qué piensan mal?¿Qué es más fácil decir: ‘Tus pecados te son perdonados’, o ‘Levántate y camina’?Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.El se levantó y se fue a su casa.Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres. San Mateo 9,1-8 Cuando uno revisa su propia vida, se da cuenta que muchas veces lo que nos frena es el sentimiento de culpa con el que convivimos. Se mezclan en nosotros los autoreproches, con la falta de valoración personal, sumado a los sentimientos de fracaso, llevándonos a una zona de neblina que no nos deja avanzar en el camino. Cuando la culpa se instala y ésta va de la mano de un deber ser, debemos intentar modificar esta situación sacando del medio los mandatos demasiado pesados y avanzar poniendo lo mejor de nosotros mismos. La culpa El sentimiento de culpa se puede definir como un estado afectivo, consecuente con un acto que nosotros consideramos reprensible, lo que nos genera remordimiento y auto reproches. También puede ser un sentimiento difuso de una cierta indignidad personal sin relación con un acto preciso. A veces, el sentimiento de culpa es como un paisaje londinense, se ve siempre como tenebroso, como cubierto de nubes, poco sol; así es el sentimiento de culpa, no hay nada en particular que oscurece el corazón, es como un estado de ánimo interior que no nos permite estar en paz con nosotros mismos, es como si te estuvieran agarrando por atrás sin dejarte caminar. Sentís que no das pasos, estás como empantanado; el sentimiento de culpa es como estar embarrado. Otras veces es un muro que tenemos adelante: equivocarse, caer profundamente puede convencernos de que ni Dios me puede perdonar. Como consecuencia, nos autoexcluirnos. Por detrás está siempre la soberbia, como queriendo hacer de soporte de este sentimiento que nos aleja de Aquél que puede hacerlo todo nuevo, transformarlo todo, el que nos puede liberar el camino poniéndonos de pie, Dios que con su fuerza nos saca de aquello que llevamos sobre las espaldas como un peso demasiado grande y que no nos deja caminar en libertad. Dios quiere sacarte de ese lugar, liberarte de aquello que te aplasta, de lo que agobia tu corazón. Hay culpas que son saludables: cuando se hacen sentimiento profundo de arrepentimiento y constituyen una contrición de corazón, y la vida comienza a ponerse en marcha. Cuando la culpa, por el contrario, entristece el corazón; es un dolor que agobia. La conciencia de que no tenemos nada que hacer con nosotros mismos nace de mirarnos con un sentimiento de indignidad, donde no podemos acercarnos con claridad ni con transparencia delante de Dios ni delante de los otros. Conciencia interior Dice Juan Pablo II en “Reconciliación y penitencia” que la ausencia de conciencia de pecado -que es propio de las conciencias que están como llenas de callos en el mundo de hoy- nace de la ausencia, en el corazón de los hombres,