Saldar cuentas: Scott Hahn reflexiona sobre el 33º Domingo de Tiempo Ordinario
Letters From Home - A podcast by St. Paul Center for Biblical Theology
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Lecturas: Proverbios 31,10–13.19–20.30–31 Salmo 128, 1–5 1 Tesalonicenses 5, 1–6 Mateo 25, 14–30 El día del Señor viene, advierte San Pablo en la epístola del domingo. Lo que importa no es el tiempo o el momento, sino lo que Dios nos encuentre haciendo con la nueva vida y las gracias que Él nos ha dado. Esto mismo se encuentra en el corazón de la parábola que Cristo narra en el Evangelio de esta semana. Jesús es el Señor. Al morir, resucitar y ascender al cielo, aparentemente se ha ido por largo tiempo. Por nuestro bautismo, Él nos ha confiado a cada uno de nosotros una porción de su“hacienda”: una participación de su vida divina (cf. 2P 1,4). Nos ha dado talentos y responsabilidades según la medida de nuestra fe (cf. Rm 12,3.8). Hemos de ser como la loable esposa de la primera lectura, y como la mujer fiel de la que cantamos en el salmo. Como ellas, debemos vivir en el “temor de Dios”: con reverencia, admiración y gratitud por los maravillosos dones que nos ha dado. Ese es el principio de la sabiduría (cf. Hch 9,31; Pr 1,7). Ese no es el “temor” del siervo inútil que aparece esta semana en la parábola de Jesús. El suyo es el miedo de un esclavo que se empequeñece ante su señor cruel; el miedo de quien rechaza la relación con Dios a la que Él mismo nos llama. Dios nos ha llamado a ser siervos de confianza, colaboradores suyos (cf. 1Co 3,9) que usen sus talentos para servirse unos a otros y a su Reino, como buenos administradores de su gracia (cf. 1P 4,10). En ello, cada uno de nosotros tiene un papel diferente que jugar. Aunque a los siervos buenos de la parábola se les dio diferente cantidad de talentos, cada uno “duplicó” los que se le habían entregado. Y cada uno de ellos mereció la misma recompensa por su fidelidad: compartir la alegría de su señor y tener una mayor responsabilidad a su cargo. Por tanto, en nuestra Eucaristía, dispongámonos a rendir mucho más de lo que se nos ha dado, haciéndolo todo para la gloria de Dios (cf. 1Co 10,31), para que también nos acerquemos a Él con amor y confianza cuando venga a saldar cuentas con nosotros.