Primeros y últimos: Scott Hahn reflexiona sobre el 25º Domingo de Tiempo Ordinario

Letters From Home - A podcast by St. Paul Center for Biblical Theology

Lecturas: Isaías 55, 6-9 Salmo 145, 2-3.8-9.17-18 Filipenses 1, 20-24.27 Mateo 20,1-16 La casa de Israel es la viña de Dios que Él plantó y regó, preparando a los israelitas para dar frutos de justicia (cf. Is 5,7; 27,2-5). Israel no produjo frutos buenos y el Señor permitió que su viña, el reino de Israel, fuera invadida por conquistadores (cf. Sal 80, 9-20). Pero Dios prometió que un día replantaría su viña y sus brotes florecerían hasta los confines de la tierra (cf. Am 9,15; Os 14, 5-10). Esto es el trasfondo bíblico de la parábola de Jesús sobre la historia de la salvación que presenta el Evangelio de hoy. Dios es el dueño. La viña es el reino. Los trabajadores contratados al amanecer son los israelitas, los primeros a quienes Él ofreció su alianza. Los que son contratados después son los gentiles, los no israelitas, quienes hasta la venida de Cristo eran extraños a las alianzas y promesas (cf. Ef 2,11-13). En la gran misericordia de Dios, el mismo sueldo, las mismas bendiciones prometidas a los primeros llamados -los israelitas- serán pagados a los que fueron llamados por último, al resto de las naciones. Estas palabras provocan murmuraciones en la parábola de hoy. Las quejas de esos primeros trabajadores, ¿no suenan acaso como las del hermano mayor de la parábola del hijo pródigo? (cf. Lc 15,29-30). Los caminos de Dios, sin embargo, están lejos de los nuestros, como escuchamos en la primera lectura de hoy. Y las lecturas de hoy deberían prevenirnos contra la tentación de renegar de la generosa misericordia divina. Como los gentiles, muchos serán admitidos al final para entrar en el reino, luego de pasar la mayoría de sus días holgazaneando en el pecado. Pero incluso estos pueden acudir a Él y encontrarlo cerca, como cantamos en el salmo de este día. Debemos regocijarnos de que Dios tenga compasión hacia todos los que ha creado. Eso nos debería consolar, especialmente si somos de los que permanecen lejos de la viña. Nuestra tarea consiste en seguir trabajando en su viña. Como San Pablo dice en la epístola de hoy, conduzcámonos dignamente luchando para que todo hombre y mujer alabe su Nombre.

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