César y el Rey: Scott Hahn reflexiona sobre el 29º Domingo de Tiempo Ordinario

Letters From Home - A podcast by St. Paul Center for Biblical Theology

Lecturas: Isaías 45, 1.4–6 Salmo 96, 1.3–5.7–10 1 Tesalonicenses 1, 1–5 Mateo 22, 15–21 El Señor es el rey de toda la tierra, como cantamos en el salmo de este domingo. Los gobiernos ascienden y caen con su permiso, y no tienen más autoridad que la que les ha sido dada desde arriba (cf. Jn 19,11; Rm 13,1). En efecto, Dios le dice a todo gobernante lo que hoy le dice al rey Ciro en la primera lectura: “Te he llamado…aunque no me conocías”. El Señor ha levantado a Ciro para restablecer a los israelitas desde el exilio, y para reconstruir Jerusalén (cf. Esd 1,1–4). A lo largo de la historia de la salvación, Dios ha utilizado gobernantes extranjeros para bien de su pueblo elegido. El corazón del faraón fue endurecido para revelar el poder de Dios (cf. Rm 9,17). Los ejércitos invasores fueron usados para castigar a Israel por sus pecados (cf. 2 M 6,7–16). En modo parecido, la ocupación romana que existía en tiempo de Jesús era una sentencia por la falta de fe de Israel. Las famosas palabras de Cristo en el Evangelio de esta semana: “Dar al César lo que es del César” son un recordatorio de ello. Y esas mismas palabras nos llaman, también a nosotros, a mantener firme nuestra lealtad. Sólo Dios es nuestro rey. Su reino no es de este mundo (cf. Jn 18,36) pero comienza aquí en su Iglesia, que habla de su gloria entre todos los pueblos. Ciudadanos del cielo (cf. Flp 3,20), estamos llamados a ser luz para el mundo (cf. Mt 5,14), activos en la fe, esforzados en el amor y pacientes en la esperanza, como aconseja la epístola de hoy. A nuestro gobierno le debemos la preocupación por el bien común y la obediencia a las leyes, siempre y cuando no entren en conflicto con los mandamientos de Dios interpretados por la Iglesia (cf. Hch 5,29). Pero a Dios le debemos todo. La moneda lleva la imagen del César. Pero nosotros llevamos la imagen misma de Dios (cf. Gn 1,27). A Él le debemos nuestras vidas: nuestro corazón, mente, alma y fortaleza ofrecidos como sacrificio vivo de amor (cf. Rm 12,1–2). Deberíamos rezar por nuestros líderes, que como Ciro hacen la voluntad de Dios (cf. 1Tm 2,1–2), hasta que desde el alba hasta el ocaso, toda la humanidad sepa que Jesús es el Señor.

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